¿El Evangelio del Nuevo Testamento es realmente «nuevo»?
Por Dr. Nicholas J. Schaser
Dado que las buenas nuevas de Jesús aparecen en lo que se conoció como el «Nuevo Testamento», los lectores podrían asumir que el Evangelio es un fenómeno completamente «nuevo». En la medida en que el cristianismo ha considerado las Escrituras de Israel como el «Antiguo Testamento», este ha establecido una bifurcación de escritura superficial por la cual el «Nuevo» constituye una innovación del «Antiguo». Sin embargo, lo que Dios logra a través de Yeshúa —la salvación a través de la iniciativa divina en lugar del esfuerzo humano— reitera lo que Dios hace por Israel en el éxodo de Egipto. Las buenas nuevas del Nuevo Testamento es un punto de exclamación salvífico sobre un decreto divino que ya estaba escrito en las Escrituras de Israel.
La carta de Tito del Nuevo Testamento resume el Evangelio al decir que Dios «nos salvó, no por nuestras obras hechas en justicia, sino según su misericordia, por el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo, el cuál derramó sobre nosotros abundandemente por medio del Mesías Jesús nuestro salvador» (Tito 3:5-6). La palabra para «misericordia (ἔλεος; eleos) es la traducción griega del hebreo (חסד; jésed), que denota la fidelidad del pacto de Dios. Después del éxodo Moisés le canta a Dios: «En tu (חסד; jésed) has sacado al pueblo que has redimido» (Éxodo 15:13). Más tarde Moisés le cuenta a Dios sobre «la grandeza de tu misericordia (ἔλεος; eleos), así como has tenido misericordia por [Israel] desde Egipto hasta ahora» (Números 14:19 LXX). Más aún, la misericordia divina que «salvó» (σῴζω; sózo) según Tito 3:5 es la misma fuerza liberadora que hizo a los israelitas «un pueblo salvado (σῴζω; sózo) por el Señor» (Deuteronomio 33:29 LXX). La misericordia y la salvación que Dios prodigó sobre Israel resurge en el trabajo de Yeshúa.
Tito también nota que la salvación no estuvo basada en «obras realizadas por nosotros» (Tito 3:5). Esta verdad resuena con la misma fuerza en el caso de Israel: como esclavos en Egipto, los israelitas no pudieron hacer obras para lograr su propia salvación. El éxodo estuvo basado en la gracia divina, en lugar del esfuerzo humano. De hecho, los mandamientos sinaíticos inician con la declaración de gracia de Dios (basado en ninguna obra): «Yo soy el Señor tu Dios, que te sacó de la tierra de Egipto, de la casa de la esclavitud» (Éxodo 20:2). Después de este recuerdo inicial de pura gracia, Dios le da a Israel algunas reglas para seguir. Sin embargo, las reglas de la Torá no les otorga a los israelitas, la salvación, la relación o el favor de Dios; el pueblo recibe mandatos divinos después de que Dios ya haya comenzado la relación, mostrado favor y promulgado la salvación al sacarlos de Egipto.
Según Tito, la misericordia salvadora de Dios llega a buen término «por el lavamiento de la regeneración y la renovación del Espíritu Santo» (Tito 3:5). Mientras que este lenguaje puede sonar «cristiano», este se origina en las Escrituras judías. Isaías recuerda la época de «Moisés y su pueblo», cuando Dios «pone su Espíritu Santo (רוח קדשׁו; rúaj kadshó) en medio de ellos» (Isaías 63:11). Así como el Espíritu Santo renovó a los israelitas anteriormente esclavizados, el Espíritu renueva a aquellos que han sido «esclavos a varias pasiones y deseos» (Tito 3:3). Más aún, las Escrituras anticipan «el lavamiento (λουτροῦ; loutrou) de la regeneración de Tito» en la expresión de Ezequiel sobre la limpieza relacional que Israel recibió en su infancia: «El día que naciste no te cortaron el cordón, ni te lavaron (λούω; loúo) con agua para limpiarte… por eso te lavé (λούω; loúo) con agua» (Ezequiel 16:4, 9). Según Tito es este tipo de limpieza que transpira: en el éxodo del pecado dirigido por el Mesías, el Espíritu Santo lava y renueva a la humanidad. Entonces, el Evangelio del Nuevo Testamento no es tan nuevo; en las buenas nuevas de Jesús, Dios repite la salvación de Israel.
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