Judas y el don del Espíritu
Por Dr. Nicholas J. Schaser
El libro de Hechos recuerda la muerte de Judas con espantoso detalle: «Cayendo de cabeza, se abrió de golpe por la mitad y todas sus entrañas se derramaron» (Hechos 1:18). Mientras que Mateo declara que Judas se ahorcó (Mateo 27:5), el libro de Hechos presenta su propia imagen de su fallecimiento para resaltar una importante verdad teológica. La muerte de Judas anticipa la entrega del Espíritu Santo y enfatiza la misión de Dios de restaurar a Israel a través de Jesús.
El nombre «Judas» viene al español basado en la forma en que aparece en el Nuevo Testamento griego, Ἰούδας (Ioúdas), y es una transliteración del hebreo «Judá» (יהודה; Yehudá): el discípulo rebelde lleva el nombre de la tribu israelita de la cual Jesús es parte. Lucas, el escritor del libro de Hechos, usa una palabra clave favorita para describir la muerte de Judas/Judá, señalando que sus entrañas son «derramadas» (ἐκχέω; ekchéo). Esta referencia inicial al «derramamiento» del antiguo discípulo constituye la destrucción de alguien cuyo nombre recuerda al pueblo de Judá.
Sin embargo, Lucas responde al derramamiento destructivo de Judas/Judá con la llegada del Espíritu Santo a Pentecostés o (שׁבועות; Shavuót), la fiesta judía de las semanas. Dirigiéndose a los «hombres de Judá» (ἄνδρες Ἰουδαῖοι; Hechos 2:14), Pedro cita al profeta Joel: «En los últimos días... derramaré (ἐκχέω; ekchéo) mi Espíritu sobre toda carne... Derramaré (ἐκχέω) mi Espíritu y profetizarán» (Hechos 2:17-18; consultar Joel 2:28-29). Pedro sigue su cita diciéndoles a aquellos en Judá que Dios ha «derramado (ἐκχέω)... la promesa del Espíritu Santo [para que] ambos vean y escuchen» (Hechos 2:33). Judas/Judá termina su vida al ser derramado y el libro de Hechos sigue este trágico evento con el derramamiento del Espíritu, que trae nueva vida a las personas que celebran Shavuót en Judá. A raíz de la desaparición de Judas, el Espíritu Santo llega como el antídoto contra la destrucción y la muerte. El resto del libro de Hechos afirma la meta de Dios de dar vida al mostrar cómo el Señor «derrama (ἐκχέω) el don del Espíritu Santo» (Hechos 10:45) desde Judea hasta los confines de la tierra.
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