La prueba final de Abraham (Parte 1)
Abraham no fue ajeno a los desafíos, pero todo lo que le había sucedido hasta este momento solo lo preparaba para el desafío final que Dios le pediría —ofrecerle su hijo Isaac a Dios—. Sin embargo, es aquí, en Génesis 22, donde se explica la prueba final de la confianza de Abraham: cuando Dios llamó a Abraham, él respondió —«Aquí estoy»—(Génesis 22:1). Al igual que Noé, Abraham estuvo dispuesto y listo para responder de manera inmediata al llamado de Dios. Él fue su servidor, siempre dispuesto a cumplir las órdenes de Dios. Esta historia vendría a resumir la determinación de cada verdadero israelita de servir a su Dios, sin importar las circunstancias. De hecho, este servicio fiel a Dios es la razón principal de la existencia de Israel. La dificultad de esta décima y última prueba no radica solo en el amor de Abraham hacia su hijo Isaac, sino también en las promesas que Dios le había prometido a Abraham con relación a él. Si Isaac muriera, esas promesas nunca podrían cumplirse. ¿Qué es lo que Abraham haría con las palabras de Dios?
La demanda
Leemos en Génesis 22:2-4:
וַיֹּאמֶר קַח־נָא אֶת־בִּנְךָ אֶת־יְחִידְךָ אֲשֶׁר־אָהַבְתָּ אֶת־יִצְחָק וְלֶךְ־לְךָ אֶל־אֶרֶץ הַמֹּרִיָּה וְהַעֲלֵהוּ שָׁם לְעֹלָה עַל אַחַד הֶהָרִים אֲשֶׁר אֹמַר אֵלֶיךָ׃
«Y le dijo: “Toma a tu hijo, tu preferido, a Isaac a quien amas. Ve a la tierra de Moriá y ofrécelo allí en holocausto en una de las alturas que te señalaré”» (Génesis 22:2).
El orden del hebreo es «tu hijo, tu preferido, a Isaac a quien amas», que indica una tensión creciente. La expresión (לֶךְ־לְךָ; lej lejá), «ve» o «ponte en marcha», que anteriormente solo fue encontrado en Génesis 12:1, el primer mandato divino a Abraham, enlaza esta historia con el principio de los tratos de Abraham con su Dios. Observa el paralelo entre «en una de las alturas que te señalaré» en este versículo con «a la tierra que te mostraré» en Génesis 12:1. Todas estas historias forman una narrativa coherente de la relación de fe y confianza entre Israel y Dios.
Por supuesto, Isaac no fue el único hijo de Abraham. Ismael también lo fue, siendo reconocido por Dios como tal, pero aquí se le dice a Abraham que se lleve al único hijo a quien ama —Isaac—. Mientras que Ismael también fue bendecido por Dios debido a que era hijo de Abraham, Isaac fue la señal del compromiso final de Dios con él.
La entrega de Isaac a Abraham en las circunstancias más improbables, posiblemente produjeron en Abraham (junto con las declaraciones proféticas sobre Isaac) un amor excepcional y una esperanza para este hijo nacido de Sara. ¿El niño de la «risa» se convertirá ahora en el niño de la «tristeza»? ¿Abraham y su familia fueron simplemente parte de un experimento de crueldad celestial? Abraham no lo sabía. Pero él confió en Dios. Muy temprano de la mañana siguiente, Abraham ensilló su asno, llevando consigo a sus dos siervos y a su hijo Isaac. Cortó la leña para el holocausto, dirigiéndose al lugar que Dios le había indicado (Génesis 22:3). Está claro que Isaac es señalado como la «posesión más preciada» de Abraham. Ahora se enfrentó a la prueba más difícil: —renunciar al hijo que amaba; al que había esperado y esperado durante muchísimo tiempo—. Sin embargo, la renuncia no fue solo lo difícil, —había pasado por pruebas similares antes—. Esta vez la justicia, la fidelidad y la bondad del Dios de Abraham —su reputación— estaban en juego.
La montaña elegida
בַּיּוֹם הַשְּׁלִישִׁי וַיִּשָּׂא אַבְרָהָם אֶת־עֵינָיו וַיַּרְא אֶת־הַמָּקוֹם מֵרָחֹק׃
«Al tercer día Abraham miró hacia arriba y vio el lugar desde lejos» (Génesis 22:4).
El viaje a la montaña elegida por Dios, «Moriá» (מֹּרִיָּה; Moriá), fue de tres días. El tercer día debió de haber sido el más difícil. Abraham vio el lugar donde necesitaba matar a Isaac, tal como lo haría con el sacrificio de un animal, y ofrecérselo a Dios. Unos mil años más tarde, en ese mismo lugar, el Rey David compró el terreno de Arauna el jebuseo y construyó un altar para el Señor para que «la plaga pudiera ser retenida por el pueblo» (2 Samuel 24:18-21). Después de la muerte de David, su hijo, el Rey Salomón, construyó un templo glorioso en el mismo sitio. En 2 Crónicas 3:1, leemos: «Entonces Salomón comenzó a construir la casa del SEÑOR en Jerusalén, en el monte Moriá…» La historia del significado de este lugar no se detendrá aquí, pero debemos regresar y continuar con la historia de Abraham e Isaac mientras continuaban su viaje hacia el Monte Moriá.
El desafío de la fe
Cuando llegaron al pie de la montaña, Abraham les dijo a sus sirvientes que se quedaran mientras él e Isaac seguían juntos. Así que puso la leña para el fuego en la espalda de Isaac (agregando una enorme tensión a la historia), mientras colocaba las rocas que usaba para prender fuego y el cuchillo para matar a Isaac (Génesis 22:5-6). Continuamos leyendo en Génesis 22:7-8:
וַיֹּאמֶר יִצְחָק אֶל־אַבְרָהָם אָבִיו וַיֹּאמֶר אָבִי וַיֹּאמֶר הִנֶּנִּי בְנִי וַיֹּאמֶר הִנֵּה הָאֵשׁ וְהָעֵצִים וְאַיֵּה הַשֶּׂה לְעֹלָה׃
«Entonces Isaac dijo a Abraham su padre: “Padre”… Y él respondió: “Sí, hijo mío”. Y él le dijo: “Aquí está el fuego y la leña, pero, ¿dónde está la oveja para el holocausto?”» (Génesis 22:7).
El texto enfatiza el dolor que Abraham debe haber experimentado cuando Isaac pronunció la palabra «Padre» (אָבִי; avi). Como anteriormente no existían signos de puntuación en los textos antiguos, debemos practicar la lectura del hebreo original muy lentamente y con sagrada imaginación, para experimentar junto con Abraham, el dolor redentor en el discurso de Isaac, recordando, tal vez, toda la fidelidad y bondad de Dios. Este dolor y sensibilidad de un viejo guerrero se resume en su inmediata y tierna respuesta: (הִנֶּנִּי בְנִי; hinéni bení), «Aquí estoy, hijo mío». El hebreo antiguo divide el diálogo con repeticiones de lo simple: (וַיֹּאמֶר; va-yomér), «y él dijo», mientras que hoy podemos usar diferentes palabras.
וַיֹּאמֶר אַבְרָהָם אֱלֹהִים יִרְאֶה־לּוֹ הַשֶּׂה לְעֹלָה בְּנִי וַיֵּלְכוּ שְׁנֵיהֶם יַחְדָּו׃
«Y Abraham dijo: “Dios verá a la oveja para el holocausto, hijo mío". Y los dos caminaron juntos» (Génesis 22:8).
La respuesta de Abraham continúa con una fe firme, consistente y moderna alucinante que le mereció su fama. Literalmente el texto dice, reflejando la estructura hebrea del lenguaje, (אֱלֹהִים יִרְאֶה־לּוֹ הַשֶּׂה; Elohím yiré lo ha-sé), «Dios verá por él el cordero» o «Dios verá por sí mismo el cordero». Esta unión entre el padre y el hijo bajo el enorme desafío de Dios está evocada en la frase (וַיֵּלְכוּ שְׁנֵיהֶם יַחְדָּו; va-yeljú sheneyhém yajdáv), «y los dos caminaron juntos». Si bien nada en el texto indica la edad de Isaac, bien pudo haber sido desde un adolescente hasta un adulto. De cualquier manera, parece ser un participante dispuesto, junto con Abraham, en el sacrificio que Dios ha exigido (en la medida en que entienda el procedimiento).
Isaac en el altar
Como ya hemos visto, dondequiera que iban los grandes hombres de Dios en Génesis, construían altares para consagrar nuevos lugares para la adoración de Dios. Esta no es la excepción. Lo que es diferente aquí es la intensidad y la dificultad demandada por Dios.
וַיָּבֹאוּ אֶל־הַמָּקוֹם אֲשֶׁר אָמַר־לוֹ הָאֱלֹהִים וַיִּבֶן שָׁם אַבְרָהָם אֶת־הַמִּזְבֵּחַ וַיַּעֲרֹךְ אֶת־הָעֵצִים וַיַּעֲקֹד אֶת־יִצְחָק בְּנוֹ וַיָּשֶׂם אֹתוֹ עַל־הַמִּזְבֵּחַ מִמַּעַל לָעֵצִים׃
«Llegaron al lugar que Dios le había dicho. Abraham edificó allí un altar; tendió la leña; ató a Isaac su hijo; lo puso sobre el altar, encima de la leña» (Génesis 22:9).
וַיִּשְׁלַח אַבְרָהָם אֶת־יָדוֹ וַיִּקַּח אֶת־הַמַּאֲכֶלֶת לִשְׁחֹט אֶת־בְּנוֹ׃
«Y Abraham tomó el cuchillo para degollar a su hijo» (Génesis 22:10).
Es interesante ver cómo el autor acelera y atrasa hermosamente la presentación narrativa. El desarrollo relativamente lento de la historia mientras viajaban al Monte Moriá, transcurre a través de ocho versículos (Génesis 22:1–8). La acción comienza en el versículo 9, con la construcción del altar y la atadura de Isaac sobre la madera, que se describe con bastante rapidez. Luego, en el versículo 10, el movimiento narrativo disminuye considerablemente a medida que describe a Abraham levantando el cuchillo. Algunas traducciones en español omiten la primera parte de este versículo, que dice: (וַיִּשְׁלַח אַבְרָהָם אֶת־יָדו; va-yishláj Avrahám et yadó), literalmente algo como: «y Abraham extendió su mano». Solo después de esto, el texto continúa: (וַיִּקַּח אֶת־הַמַּאֲכֶלֶת לִשְׁחֹט אֶת־בְּנוֹ; va-yikáj et ha-maajélet lishjót et benó), que significa «y tomó el cuchillo para degollar a su hijo».
Entonces, mientras esas traducciones realmente no pierden ninguno de los significados básicos al omitir la primera parte, la habilidad literaria y la intención del autor que pretendía que el texto tuviera un ritmo más lento, rápido y extra lento, pasa desapercibido. La palabra específica utilizada para el cuchillo que Abraham levantó (מַּאֲכֶלֶת; maajélet) —probablemente significa «cuchillo de sacrificio»— y está conectada a la raíz (אֹכֶל; ójel), «comida». Sin embargo, ese tipo de cuchillo no solo es para preparar alimentos para el consumo, sino que en realidad está destinado a terminar con la vida de un animal. El hebreo es un idioma raíz, por lo que podemos ver cómo las palabras que están desconectadas en otros idiomas, como «cuchillo de sacrificio» y «comida», pueden estar etimológicamente conectadas en hebreo. En el lenguaje de adoración, un sacrificio es simplemente eso —«la comida» ofrecida a Dios para su «consumo»—. Por eso Abraham preparó el instrumento que es usado en la comida para esta acción, al extender su mano con un cuchillo en ella.
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