Reconsiderando a la mujer samaritana
En el Evangelio de Juan, Jesús (un galileo) se involucra en una conversación muy inusual con una mujer samaritana en un pozo.
«Llegó, pues, a una ciudad de Samaria llamada Sicar, cerca de la parcela de tierra que Jacob dio a su hijo José. Allí estaba el pozo de Jacob, y Jesús, cansado del camino, se sentó junto al pozo. Era cerca de la hora sexta» (Juan 4:5-6).
Desde el principio, un lector israelita del siglo I sería alertado sobre el hecho de que esta conversación ocurre cerca del lugar de entierro de los huesos de José. «Los huesos de José, que los israelitas habían traído de Egipto, fueron sepultados en Siquem…» (Josué 24:32). Esto sugiere inmediatamente una conexión entre la historia de la mujer samaritana y la historia de José. ¿Qué tipo de conexión? Por favor permíteme explicarlo.
Tradicionalmente, la mujer samaritana se presenta como una persona de mala reputación; una mujer libre y pecadora, quien (aunque tradicionalmente se describe como joven) ya tenía cinco maridos y vivía con un hombre que no era su marido. Al igual que Rebeca en Génesis 24, ella llega al pozo hacia la noche, cuando las temperaturas son más frescas, y se encuentra con el Mesías que está cansado de caminar todo el día (Juan 4:6). [Nota: El Evangelio de Juan no usa el mismo sistema de tiempo que los otros Evangelios. Para apreciar esto, por favor compara Mateo 27:45 con Juan 19:14. Mateo sigue el cálculo de tiempo judío, en el que mediodía («hora sexta») se refiere a las 3:00 de la tarde. Juan sigue el cálculo del tiempo romano, en el que la «hora sexta» se refiere a la hora sexta después de la medianoche o, como en este caso, la hora sexta después del mediodía].
En cualquier caso, el momento de su visita al pozo es cerca de la puesta del sol —tal vez para evitar los ojos críticos de la comunidad—. La imagen que acompaña este artículo es un buen ejemplo de esta interpretación tradicional: ella es joven, hermosa y se muestra para atraer a los hombres. Según la teoría tradicional, Jesús la confrontó con su pecado y ella no tuvo más remedio que admitirlo.
Sin embargo, la conversación de Jesús en el pozo con esta mujer aparentemente injusta, lleva todas las señales de un compromiso teológico profundo por ambos lados. La mujer sabe que (según las tradiciones de los israelitas judeanos), Jesús se contaminaría ritualmente si tuviera que usar un recipiente que pertenecía a una mujer samaritana. Una leyenda posterior judeana, que afirmaba que los ciclos menstruales de las mujeres samaritanas comenzaban inmediatamente después del parto, sirve para enfatizar este punto (Talmud de Babilonia, Niddah 4:1).
Ella, por lo tanto, se pregunta (como su antepasado Rebeca) cómo puede ayudarlo a sacar agua ya que él no tiene un recipiente propio (es decir, un recipiente ceremonialmente limpio). Discuten sobre la devoción, la salvación e incluso sobre el concepto del Mesías. La tensión inicial se resuelve pronto y la conversación da como resultado que testifique sobre Jesús en todo su pueblo. Como consecuencia, muchos israelitas samaritanos creen en Jesús y él permanece con ellos durante dos días.
¿Por qué miembros de su comunidad israelita/samaritana (aunque no judeana) confiaron en su testimonio, si ella era una pecadora conocida? ¿Por qué, dado el adverso clima religioso-político entre samaritanos y judeanos, dejarían todo lo que estaban haciendo y vendrían a ver a un joven judeano?
Evitar a las personas, haber tenido cinco esposos antes y además un novio que vive con ella, ¿no respalda esta visión? ¿No es evidencia suficiente? En realidad no. Evitar a las personas (si ese fue su propósito) puede haber sido un síntoma de una profunda depresión causada por las dificultades de su vida, incluyendo divorcios múltiples y/o la muerte de sus maridos.
«Jesús le dijo: “Tienes razón cuando dices que no tienes marido. El hecho es que has tenido cinco maridos, y el que ahora tienes no es tu marido. En eso has dicho la verdad”» (Juan 4:17-18).
El simple hecho de haber tenido múltiples maridos no es un pecado en sí mismo. En la antigua sociedad israelita, las mujeres no iniciaban un proceso de divorcio. Sus cinco maridos podrían haber muerto de enfermedad, haber sido asesinados por bandidos, haber perecido en batalla o simplemente haberse divorciado de ella debido a la infertilidad. En cualquiera de estos casos, el resultado cada vez hubiera sido devastador para ella.
Jesús afirmó que ella estaba viviendo actualmente con un hombre que no era su marido. Muchos asumen que esto significaba que la mujer estaba conviviendo con su novio. Sin embargo, esto no se establece explícitamente. Debido a que necesitaría algún medio de apoyo, ella pudo haber vivido con un pariente lejano o bajo algún arreglo indeseable para sobrevivir. En su cultura de habla aramea, era importante que una mujer tuviera un protector masculino a su alrededor en cada etapa de su vida. Estos protectores masculinos, llamados en arameo «gowra» (de una raíz que significa «fuerza») podían ser: un primo, un tío u otro tutor responsable de cuidarla.
Además, los israelitas samaritanos no practicaban el levirato matrimonial como lo hacían los israelitas judeanos y galileos (grupo al que perteneció Jesús). Los samaritanos creían que el beneficio del levirato matrimonial no debía aplicarse a una mujer si su matrimonio había sido consumado. Es probable que Jesús no la estuviera juzgando, sino que le estuviera diciendo que conocía todo el dolor que había soportado. Esto ciertamente es más consistente con el Jesús que conocemos de otras historias.
Finalmente, es interesante que el sufrimiento de José (recuerda que esta conversación sucede no lejos de su tumba) y el sufrimiento de la mujer samaritana no es lo único que tuvieron en común. Tanto el sufrimiento de José como el sufrimiento de la mujer samaritana al final produjo el mismo resultado: —la salvación de su pueblo— (Juan 4:39).
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