Redimiendo el riesgo
Judá, uno de los hijos de Jacob, participó en una conspiración para deshacerse de su medio hermano José al venderlo como esclavo en Egipto. Dados los 20 años de esperanza de vida de los esclavos egipcios, ser vendido como esclavo en Egipto no era salvarse de la muerte. Era la muerte, pospuesta por mucho sufrimiento. Cuando Judá maduró y se convirtió en el padre de tres hijos, (dos de los cuales murieron después de casarse con Tamar) aprendió lo que significaba amar demasiado a alguien. Año tras año Judá se negaba a la ley del levirato que obligaba a su tercer hijo a casarse con Tamar. Su amor por su hijo superó su sentido de justicia hacia Tamar.
Esto continuó hasta que Tamar orquestó uno de los mayores avances redentores en la historia del mundo —logrando que el propio Judá restaurara la semilla de su hijo muerto—. Tamar se deshonró a sí misma, fingiendo ser una prostituta local. Su plan verdaderamente poco convencional (pero increíblemente valiente) funcionó de manera brillante. Cuando se descubrió que Tamar estaba embarazada y se comprobó la verdad sobre la relación de Judá con el niño, Judá se arrepintió y declaró a Tamar inocente de cualquier delito. Judá reconoció su propio pecado y confesó su culpa, en lugar de condenar a Tamar (Génesis 38:1-27).
El libro de Rut celebra a Fares (פֶרֶץ; Péretz) «brecha», el hijo de Tamar y Judá, como parte crucial del plan redentor de Dios y lo establece como el antepasado del Rey David (Rut 4:11-17). Aún más importante, los Evangelios incluyen a Fares entre los antepasados de Jesús, el Mesías, y el libro de Apocalipsis se refiere a Jesús como el león de la tribu de Judá. Fares independientemente de las circunstancias de su nacimiento, es un eslabón esencial en la cadena que conecta a Jesús, el Mesías, con Judá, el hijo de Jacob.
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